La Tía Norica y BatilloAdolfo Ayuso nos revela algunos secretos guardados celosamente en las hemerotecas del país sobre la famosa Tía Norica de Cádiz, más viajera y ubicua de lo que nos pensábamos.

Las marionetas de la Tía Norica tienen el honor, bien ganado por cierto, de ser uno de los fenómenos mejor estudiados de la historia de los títeres en España. El primero que les dedica un espacio apreciable es el erudito gaditano José María León y Domínguez que, en un libro de memorias (Recuerdos gaditanos, 1897), les dedica un capítulo sustancial. El folklorista Arcadio de Larrea publicó dos trabajos (Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, 1950 y 1953) en los que daba algunas noticias históricas y recuperaba algunos libretos fundamentales. Pero el trabajo más importante y hermoso llegaría dos décadas después, cuando muerta la compañía y agonizando las marionetas en un almacén, algunas personas (John Varey, Lauro Olmo, José María Pemán, Herman Bonnin, que publicó un artículo en La Vanguardia, y otros) empezaron a mover hilos para que un legado esencial del teatro español no se fuera por el sumidero de la leyenda camino del olvido más absoluto. Carlos Aladro (La tía Norica de Cádiz, 1976) construyó un libro vivo donde se escuchaba el palpitar de su corazón cuando cogía en sus manos aquellas antiguas y apolilladas marionetas y, lo que fue mucho más importante, la voz de unos viejos titiriteros que les habían dado vida y estaban a punto de morir. Sus testimonios, con los errores propios de la memoria y de los juicios personales, proporcionan unas pistas imprescindibles para intentar interpretar una historia que todavía puede dar muchas sorpresas. Ese libro tuvo un gran peso en la futura compra del legado de la tía Norica por el Ministerio de Cultura (1978) para ser expuesto en el Museo de Cádiz y la recuperación de la compañía (1984-85), cuya dirección fue asumida por Pepe Bablé, un hombre de teatro descendiente de algunos de aquellos viejos titiriteros que le insuflaron gracia y vida.

Ni estos trabajos, ni los posteriormente emprendidos por Margarita Toscano (en Cádiz y su provincia, 1985) y por la cronista oficial de la compañía, Desiré Ortega (Sainete de la Tía Norica. Edición crítica, introducción y notas, 2004), el más amplio y meticuloso de todos, preámbulo de una tesis doctoral que muchos estamos deseosos de leer, dan noticias de una de esas sorpresas que antes he mencionado: la inefable Tía Norica no se limitó a interpretar en la bahía gaditana sus desternillantes aventuras sino que llegó a actuar en la capital de España durante tres temporadas, las que van de 1838 a 1841.

La Tía Norica tenía entonces buenas piernas pues su personaje como títere no debía de haber cumplido muchos años. Aunque algunos sitúan su aparición en 1815, o aún antes, lo cierto es que la primera referencia segura es la que da el Diario Mercantil de Cádiz del sábado 25 de diciembre de 1824: “concluyendo con varios pasos entre ellos el testamento de la tía Norica y una primorosa danza de negros.” El pequeño teatro donde se representó estaba situado en la calle de la Compañía y era propiedad de la familia Montenegro. Sí que hubo en Cádiz, como en toda España, abundantes representaciones con figuras móviles (marionetas y sencillos autómatas) del Nacimiento del Niño Dios desde el siglo XVIII (el inglés Varey los recoge con profusión). Estas representaciones solían tener lugar entre el 25 de diciembre y el 2 de febrero, fiesta entonces muy popular de la Candelaria. Como en cualquier representación teatral, el drama o comedia, que eran las piezas principales, se veían adobadas con otras piezas más cortas (pasos, entremeses o sainetes), de carácter cómico, y con bailes, que solían tener lugar al final de la función. Muchas veces, estos bailables y los entremeses atraían más público que la pieza principal. Así que, un día, a alguien se le ocurrió el interpretar, tras la representación del Nacimiento, un sainete que hablaba de una vieja que la cogía un toro, la dejaba maltrecha y, ante los negros augurios del estrambótico galeno Don Reticurcio, (nombre donde algunos ven el origen de la palabra cursi) hacía un testamento que era para morirse de risa. Y aquello tuvo un éxito tal que ha pervivido, con escasas interrupciones, durante cerca de doscientos años. Representaciones con marionetas del Nacimiento hubo miles en España y en la mayoría de ellas había como apoteósico final marionetas que bailaban o interpretaban sainetes con mayor o menor gracia. Pero Nacimientos con la Tía Norica de postre sólo los había en Cádiz. O eso se había creído hasta el momento.

Nueva huellas de la Tía Norica

Hace algo más de dos años me llevé una de esas alegrías que aceleran el pulso a los aburridos ratones de hemeroteca. El Diario de Madrid anunciaba que en el teatro de Embajadores, “en la calle del mismo nombre nº 18, cuarto principal” se había establecido uno de aquellos teatritos de marionetas que representaban el Nacimiento. “Hoy miércoles 26 de diciembre de 1838 à las 4 de la tarde, después de una brillante sinfonía, se abrirá la escena con la acreditada pieza de las astucias de Luzbel, profecías de Daniel y persecución del alcalde Cucharón. A continuación, y precedida la anunciación de los pastores, el nacimiento de Dios en el portal, en donde se verá la adoración de aquellos y la de los Santos Reyes, dando fin al todo de la función con el gracioso paso de la tía Norica y el doctor don Roticurcio (sic).”

No cabía duda pero, por si acaso, releí el Nacimiento del Mesías que Arcadio Larrea había publicado en 1953 con los textos que utilizaba el entonces propietario de la Tía Norica, Joaquín Rivas, heredados sin duda de los anteriores directores, Luis Eximeno Chaves y Manuel Martínez Couto. Aunque en dicho texto las profecías eran de Isaías, el auto comienza con un diálogo, en medio de humos y llamaradas, entre Luzbel y Aztuzia. Aparecía luego el palacio de Herodes y un poco más adelante, tres pastores: Pernaliyo, Gilberto y Cucharón, el más fanfarrón de los tres, el que se erigía en alcalde cuando el soldado de Tiberio les leía la orden de empadronamiento general para todos los judíos. ¿Vendría de Cádiz aquel teatrillo de marionetas? No lo sé, pero seguro que era forastero pues solicita indulgencia para su espectáculo del “respetable público madrileño”. El 13 de enero, y respetando un calendario que siguen casi todos los nacimientos de marionetas, se añade la escena de la degollación de los inocentes y tras ella una vista de mar que acabará con una “gran borrasca imitada al natural y naufrajio (sic) del buque donde se embarca la tía Norica y su esposo Tarigo.” Unos días después se aclara que el esposo es el tío Tarugo, sorpresa sensacional porque es un personaje que no recuerda la tradición gaditana. El Nacimiento dará su última función el domingo 3 de febrero, siguiendo la escrupulosa costumbre de cerrar el ciclo sobre la fiesta de la Candelaria.

Que no era una visita fugaz se confirma en la siguiente temporada de 1839-1840. El Diario de Madrid recoge que en el Nuevo teatro de la calle de la Reina, 8, cuarto bajo, se va a representar a partir del 24 de diciembre el misterio del nacimiento del niño Dios, “pudiendo asegurar están mejoradas en un todo a las que tantos y tan repetidos aplausos merecieron el año próximo pasado en la calle de Embajadores” (que no está activo en esas fechas). En los primeros días no aparece mencionada la tía Norica, pero el 29 de diciembre se explica que “además de lo anunciado hasta ahora se pondrá en escena la graciosa y divertida pieza de la tía Norica, don Roticurcio (sic) y un toro de Gaviria.” Estará en escena al menos hasta el 23 de diciembre. En febrero de 1840 seguirá el teatro representando obras, casi seguro de marionetas, pero con temáticas de otro tipo. No he podido averiguar si con los mismos manipuladores o con una nueva compañía.

En la temporada de 1840-1841, el teatro de la calle de la Reina sigue con un nacimiento de figuras de movimiento pero no se trata del nuestro porque éste se ha trasladado al teatro de la calle de la Sartén y Plazuela de Navalón, 1, porque además del nacimiento, dividido en seis cuadros, figura “la graciosa pieza de la tía Norica que la coge un toro” (Diario de Madrid, 29-12-1841). Más adelante vuelve a aparecer “una hermosa vista de mar, donde naufraga la tía Norica y don Roticurcio”. Y allí seguirá al menos hasta el domingo 24 de enero. La temporada siguiente no he visto ya a la tía Norica en Madrid.

Mil dudas me asaltaban. ¿Sería la familia Montenegro la que dejó sin Tía Norica a Cádiz durante tres navidades (algo que toda la tradición negaría) o sería otra compañía diferente la que habría emprendido el camino de Madrid? ¿Esa otra compañía sería de Cádiz o habría aprendido en Cádiz la representación del auto del Nacimiento y del sainete de la tía Norica? ¿Se habría inventado esa otra compañía la figura del Tío Tarugo, esposo de la Tía Norica? Como Cádiz está lejos de Zaragoza escribí a Juan Antonio Fierro, autor de un muy interesante librito (Noticias sobre los títeres de la Tía Norica de Cádiz en el siglo XIX, 2004), coincidente en mucho con los trabajos de Desiré Ortega publicados el mismo año. Le pedí a Fierro el aclararme si en la prensa gaditana venían recogidas actuaciones del Nacimiento de la Tía Norica en alguna de esas tres temporadas. Al poco, con una generosidad y elegancia insoslayables, tras repasar la prensa gaditana de esas fechas, me envió unas fotos de El Nacional de la temporada de 1840-41 donde aparecían representaciones de la Tía Norica en las mismas fechas que en Madrid. Dilema resuelto: había dos compañías. Fierro estaba tan sorprendido como yo y aún más de ese extraño personaje de Don Tarugo. Me expresó sus dudas de que las representaciones de Madrid fueran con marionetas. Querido amigo, le dije, esa duda no existe salvo en tu corazón gaditano que se niega a reconocer lo que es una evidencia: a mediados del XIX la Tía Norica se duplicó y una de ellas cogió una tartana para cruzar Despeñaperros y llegar hasta Madrid. Y llegó.